viernes, 16 de enero de 2009

Gané

Creo que todos nos hemos escondido alguna vez tras el monitor de nuestros ordenadores para reírnos por lo bajo de las desgracias que otros sufridos bloggeros dejan por aquí. Y bien, hoy ha llegado mi momento.
Y es que llevo dos días de lo más fructíferos. Como si llevara años preparándome para no quedar en ridículo en las Olimpiadas de Patosos con Afán de Superación. Todavía me falta conocer el fallo del jurado (formado por un Stitch de peluche y una osita con tutú, por ejemplo) pero ya he hecho hueco para mi galardón.
Ayer me fui de rebajas. A las del Carrefour, claro, que tenían la segunda unidad al 70% de descuento. Así que le ofrecí al pariento invitarle mañana a cenar (un bocata o así...) a cambio de que me llevase hasta el reino de las ofertas. Y allí nos plantamos, llevando bajo el brazo el catálogo-índice que nos iba a llevar hasta los productos "anti-cuesta de Enero" (está claro que no te van a rebajar las chuletas con Eusko-Label ni los yogures con sabor a trufas de La Lechera). Mientras completábamos los 1.500 metros-carrito, comprobamos que no quedaba ni una sola botella de aceite ni los paquetes de 32 rollos de papel higiénico. Pero completamos el resto de la lista y nos fuimos a la cola. Justo delante estaba una señorona que había creído oportuno colocarse todos sus colgantes y pulseras pulseras y maquillarse como un portón viejo para ir al supermercado, por si coincidía con algún promotor de aceitunas guapetón, supongo... Y como no lo encontró, decidió descargar su frustración conmigo, gritándome por mover un poco su carro, que yo, por más que lo miraba, juraría que estaba vacío. Pero bueno, el caso es que un rato más tarde, con mi medio metro de ticket en la mano, lo revisé y vi que no me habían hecho todos los descuentos que yo esperaba. Y es que, en mi infinita torpeza y despiste, había cogido unos quitaesmaltes y unos paquetes de pechuga de pavo de diferentes tamaños y pesos a los del catálogo, con lo cual, no les aplicaron el descuento. Así que me vine a casa con mi rebote, unos vales de reserva para recoger las botellas de aceite y los rollos de papel cuando los reciban, y unos quitaesmaltes que sin el descuento resultaron caros.
El resto del día pasó de forma normal, pero necesitaba acabarlo a lo grande. Una pena que el resto de la familia ya estuviese durmiendo y no pudiesen verlo. Pero como es suficientemente vergonzoso, ya lo cuento yo en público: tiré mi cepillo de dientes al váter. Simplemente, levanté la tapa y lo tiré dentro. No sé muy bien por qué, por inercia y estupidez, supongo. Me desmaquillé, levanté la tapa y tiré el algodón. Luego me lavé los dientes, me enjuagué la boca, aclaré el cepillo, levanté la tapa, y lo tiré. Vamos, lo más normal del mundo si no hubiese sido porque escuché el ruido que hizo al chocar contra la loza. Entonces me quedé pensando: ¿de verdad acabo de hacer lo que he hecho? Si, yo soy así.
Hoy, un post-it en mi calendario me recordaba que tenía que ir a Correos. Parecerá de lo más tonto, pero nunca había mandado un paquete, y temía meter la pata. Me he plantado allí con los cachivaches y un sobre con varios sellos que mi tía me trae de su oficina (creo que eso de llevarse el material es ya deporte oficial, ¿no?). He pagado 1 € por el sobre y cuando me ha tocado acercarme a la ventanilla, le he comentado al funcionario-de-Dios que no tenía ni idea de cuántos SELLOS necesitaba poner, y por eso esperaba sus indicaciones. Y recalco la palabra SELLOS. Me ha hecho rellenar el papelito del certificado, ha puesto algunas etiquetas y me ha dicho que tenía que pagarle algo más de 6 leuros. Mientras sacaba la cartera, he comentado para mí misma: “Jo, yo que me había traído un montón de sellos y todo…”
-“¿Qué tenías sellos?” me dice entonces. “Si me lo llegas a decir antes de poner las pegatinas estas, me podrías haber pagado con ellos, en vez de en efectivo”.
En ese momento, hasta yo misma hubiese pagado todos los sellos que llevaba encima para ver mi cara de “espero que me estés tomando el pelo”. Y es que en estos momentos en que aprecio cada céntimo que entra en mi cartera, y que hasta he decidido reducir mi consumo de chicles por eso del ahorrar poco a poco, me ha sentado un poquito mal.
¿Alguien se atreve a arrebatarme mi primer premio a la torpeza natural?

4 comentarios:

Falete dijo...

jajja!!! no quiero ni preguntar la obsesión de los vascos por el aceite y el papel higiénico...

sí me gustaría comentar un poco el tema del cepillo de dientes... ejem... esto... qué vasta!!! XDDDD
muaa

Bayadère dijo...

mmm mejor no comentarlo... No, si la culpa es mia, por contarlo!! jeje
Besos salao'

chicochuc dijo...

La verdad es que has conseguido juntar indicios... Muy buenoo!!

Canichu, el espía del bar dijo...

contaminando los mares através del retrete... hummm... muy mal.