jueves, 2 de octubre de 2008

Nos adelantamos

Tal vez alguien se haya percatado ya de que, poco a poco, han ido desapareciendo de la televisión esos anuncios de productos para hacer desaparecer la canas. Está claro que no era una buena inversión, ya que a los hombres de hoy en día no les importa que les claree la cabellera: los que lucen canitas aseguran que se sienten cercanos a George Clooney (pobrecillos ilusos), unos poquitos conservan melenas envidiables, y los que quedan son de los que, en vez de lavarse el pelo, se frotan la cabeza con la esponja, para abrillantarla y eso... De hecho, creo recordar que hace no tanto eso de quedarse calvo era una de las pocas cuestiones estéticas que preocupaba al género masculino, pero es que ahora son muchos los que por las mañanas se afeitan barba, bigote, patillas, y cabeza entera. Vamos, que las cejas se salvan de milagro.
Y ya se sabe que todo lo que ocurre tiene un origen, y el de la pasión por las calvas relucientes no es más que el archi-conocido Calvo de la Lotería. Eso es, aquel hombre en blanco y negro, siempre serio pero que sin embargo nos transmitía cierta simpatía, ya que parecía transmitirnos a través de las pantallas: "Si te gastas 50 € en décimos de la lotería, yo mismo te entregaré un maletín rebosante de billetes". Pero cuando tú te enterabas de que el maletín había ido a parar a La Pedraja del Portillo, el calvo ya había echado patas. Y cuando volvía al de un año, la ilusión renovada de verte nadando en billetes de 500 € hacía que se disipara cualquier antiguo resquemor. Así nos mantuvimos en perfecto equilibrio, hasta que un año comprobamos con estupor que se ve que a él tampoco le tocaban muchos premios, ya que no volvió a su famoso anuncio.
Desde entonces, nuestras Navidades quedaron en manos del Corte Inglés y del turrón más caro del mundo. Pero todo volverá a ser lo que era a partir de este año. No creo que al Calvo le volvamos a ver el pelo (máquina de chistes malos y fáciles en marcha) pero yo pienso quedarme pegada a la tele cada vez que los de la Lotería intenten colarme el boleto (ya he comentado lo de los chistes, ¿verdad?) porque este año será un anuncio Made in Bilbao. Pero yo todavía conservo el susto en el cuerpo, porque a mi nadie me había avisado. Así que yo me dirigía tranquilamente a mis clases de ballet, contenta además porque el Señor del Metro había dado vacaciones a todos los torpes e incompetentes que me ponen de mala gaita, y mi única preocupación era la chaparrada que caía en la calle. Con el paraguas ya abierto, llego a la calle, y a poco más se me desencaja la mandíbula del susto. ¡Toda la calle estaba blanca, y la nieve cubría todas las repisas de las ventanas! Lo primero que he hecho ha sido mirar hacia arriba, para comprobar que lo que caía era agua, y no nieve, que tanto nos cuesta y gusta ver en la capital. Admito que, mientras la gente seguía sus caminos como si viesen algo así todos los días, yo me he quedado parada mirando cómo todavía colocaban espumas y copos blancos sobre un abeto enorme que ya venía con sus bolitas rojas incluídas. Así que he llegado a la clase con la duda en el cuerpo: ¿Por qué tengo que ver ya la nieve en Octubre? Pues porque era nada menos que el nuevo plató de dicho anuncio, cosa que una de mis compañeras sabía, pero yo no. Al terminar la clase y volver hacia el metro, había varias personas con gorros de lana, bufandas y cazadoras, y en las manos 3 o 4 bolsas con futuras compras navideñas, esperando una señal para ponerse a caminar. Y aunque sepa que todo era artificial, y debajo de todo ello se intuya el perfil consumista de las Navidades, me ha encantado. Por un momento, he empezado a notar la ilusión de ver las luces en las calles, del olor a castañas, y de la proximidad de cenas y comilonas familiares.
Pero todo eso ya llegará, y de momento me toca esperar ante la televisión a que emitan el esperado anuncio. Tengo muchas ganas de ver cómo queda, las diferentes partes de la ciudad en donde han rodado, si se nota que la nieve no es de verdad... Pero sobre todo, tengo ganas de hacerme millonaria con la lotería. Una pena que no contemos con el Calvo para pasarle el décimo por su famosa cabeza.

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