jueves, 19 de marzo de 2009

Protesto

¡¡Yo también me quejo!! Si, porque ya estoy harta de escuchar las quejas del resto.
Todos necesitamos desahogarnos, y en estos tiempos tan achuchados en los que nos caen tortas por todos los lados, es algo que nos produce cierto alivio y satisfacción. Pero hasta un límite, ¿vale?
No voy a admitir el "quejismo crónico" como hobby. Porque puede que yo me acabe de inventar el nombre, lo admito, pero tiene ya muchos seguidores. Demasiados. Y yo tengo el mal-placer de conocer a la presidenta fundadora.
¿Sabéis este tipo de gente que siempre tiene algo de qué quejarse, que encuentra todo lo malo en lo que al resto del planeta le parece bueno, que llega un momento en que ellos mismos se acaban quitando la razón? Pues si nunca os habéis topado con nadie así, avisadme y os presentaré a alguien muy interesante. Incluso puede ayudaros a crecer como personas reforzando vuestra paciencia y aguante.
Todo esto viene a cuenta de una de mis jubiladas alumnas, que ya me empezaba a hacer creer que estaba haciendo algo malo con ella. Menos mal que desde ayer ya sé que lo único que le pasa es que no puede evitar quejarse de forma crónica. Me han quitado un gran peso de encima. De momento por lo menos, porque empiezo a temer que acabe por ponerme una demanda criminal, por ejemplo, por hacer que se despeine al tumbarse en la colchoneta.
Hasta el momento, todos los días le dolía algo. Más o menos, como al resto de los alumnos, o yo misma incluída, sólo que es la única que se dedica a recordármelo durante 60 eternos minutos. ¿Qué puedo decirle a una persona que, mientras hacemos un ejercicio específico para relajar, estirar y aliviar la zona lumbar, me asegura que eso es malísimo para la espalda, precisamente porque a ella le duele? Vamos a ver, señora mía, que si sabe usted tanto del tema no sé por qué paga para que yo le de las clases. Esta fue su historia durante unos cuantos días, ni se molestaba en cambiar la queja, sólo la repetía incansable. Hasta que le sugerí que tal vez tuviese un problema de espalda y que debería ir al médico por si acaso. No se si me hizo caso, pero sino, con cuatro palabras yo misma le he curado sus males lumbares.
Si, tal vez sea eso, porque el otro día, nada más llegar, se me acercó para preguntarme si yo sabía hacer masajes porque le dolía mucho el cuello. ¿¿¿Me está usted tomando el pelo??? Y es que encima me toca escuchar durante 5 minutos la típica historia de "a mi cuñada le pasaba lo mismo, pero yo le dí un aceite y enseguida se le pasó. Pero a mi me duele, y no se me quita con nada, y qué suplicio, y me duele, y me molesta, y cómo sufro..." Pobre. Si no fuese porque yo soy la reina de las contracturas cervicales, igual hasta me daba pena.
Este martes les hice moverse un poco, lanzándose pelotas por parejas. Esto les encanta, es como si volviesen a tener 6 años, es genial verles. Y la mujer en la que centro mi estudio ya se quejaba porque su compañera le lanzaba floja la pelota y ella debía agacharse para recogerla. Por supuesto, esto le producía dolor de espalda. La pobre compañera le repetía una y otra vez que no se atrevía a más porque temía darle en la cara y romperle las gafas (algo que igual hubiese ocasionado una nueva guerra civil, por lo menos). Finalmente, se acabó quitando las gafas, y su sufrida compañera empezó a hacer lo que le había pedido: lanzarle la pelota más fuerte. ¿Y qué pasó? Pues algo que no es tan extraño, le dio en la cara. Ala, ya la tenemos de quejas otra vez. Si es que acaba por quitarse la razón: si la pelota va suave, porque va suave; si va fuerte, porque va fuerte... Creo que voy a optar por reírme mientras veo que las demás reciben con carcajadas sus respectivos balonazos involuntarios.
Paso del tema... hasta que llego el miércoles para dar clase a otro grupo... ¡¡y me la encuentro esperándome en la puerta!! No puede ser verdad. Me dice indignada: "¿te acuerdas del balonazo que te dije que me dio ayer aquella señora? Pues mira cómo me ha dejado". Y me enseña una mano un poco hinchada, sin moratones, y que ella sola movía. Pero claro, le dolía. Prometo que pensé que había venido a ponerme una reclamación o algo así, pero el centro de sus iras, a parte de la pobre mujer que le dio el balonazo, era el propio centro de jubilados. Me enteré de que la tarde anterior ya había ido a preguntar por el seguro que dice que debe tener el centro. Y había vuelto a lo mismo aquella mañana. Y a dejarme claro su descontento. También me enteré de que los vecinos de su escalera están hartos de ella. Y de que es la única que se ha quejado de los servicios de la podóloga que en el centro tiene encantados al resto de pensionistas. Y de que llama con demasiada frecuencia a la radio para protestar por el horario de tal comercio, por el servicio ofrecido por cual bar... ¡Que no se diga que es una conformista, hombre ya!
Espero que ningún seguro le cubra ningún gasto. Espero que no se le ocurra montarle follón a la pobre alumna que le tocó como pareja. Espero que se canse de quejarse y decida no volver a mi clase para quedarse en su casa, donde seguro que todo estará a su gusto. ¿O no?

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